Llevaba una vida de lujo; tenía a su servicio la élite culinaria y los sastres se morían por diseñarle trajes de alta costura, que nunca tendría la ocasión de ponerse ya que apenas salía del castillo. Pero algo curioso hacía que todos los viernes religiosamente e cogiese su carruaje conducido por caballos para dirigirse a la diminuta calle de Hangleton Lane, una calle marginada, sin apenas habitantes, digamos que una callejuela que no era digna de la presencia de Lady Jane. Sin embargo, a las 7 de la tarde Lady, como era más conocida, entraba en la pequeña panadería de los Morrison. Para esa hora, puntualmente le tenían preparada la famosa tarta de manzana, con mermelada por encima y un poco doradita por encargo especial.
Un viernes como otro cualquiera, Lady puso rumbo a la panadería Morrison. Jake, el panadero, estaba un tanto nervioso y en la tienda también había una mujer, con gesto expectante y triste a su vez. Lady preguntó por su tarta:
Cuando llegó a su inmenso castillo se bajó del carruaje y a paso cansado, como su propia vida, se dirigió a la cocina. Cerró los ojos y durante unos minutos se dejó llevar por el olor de la tarta. Los abrió cogió la tarta todavía intacta y la arrojó a la basura. Y así, empezaba la cuenta atrás de las 168 horas para que volviese a vivir, ya que solo aquel olor despertaba algo de vida en ella, el olor de su gran amor Charles, muerto por tuberculosis 7 años atrás.
Cuadro de Jesus Mari Lazkano (Bergara,1991) titulado Gianbolognaren omenez
-Buenos días, Jake. ¿Tiene preparada mi tarta?
-Por supuesto, Lady. Sin embargo, esta pobre mujer y yo queremos hacerle una petición. Hoy es el cumpleaños de su hijita y todas las panaderías han cerrado y no tiene tarta de cumpleaños. Yo le he dicho que en el tiempo excaso que disponemos no puedo hacer una de mis tartas. Esta es mi última tarta, es decir, su tarta. Y bueno... le he dicho que primero deberíamos hablar con usted si es tan amable, por un día, de dejarle la tarta a esta pobre mujer.- dijo el panadero nervioso ante la reacción de Lady Jane.
-Por favor señora...Le pagaré el doble si hace falta. Si no me la da mi hija recordará este cumpleaños como el peor de todos para toda su vida...
-¿Está usted diciéndome que después de 25 años comprando la misma tarta hoy no me la va a dar? ¡Ni hablar! Esta tarta es mía y no hay más que hablar. Lo siento señora, habérselo pensado antes y haber encargado una tarta como el resto de mortales.- contestó Lady con mucha rabia.De hecho, esa tarta era lo único que le quedaba. Era lo único que le quedaba de Charles, el olor de aquel postre que tanto le gustaba le transportaba a aquellos años cuando fueron tan felices, a pesar de que los últimos años fueron muy duros. ¡¿Cómo se atrevían a arrebatarle algo de tanto significado?!. Ellos, jóvenes e inmaduros, no tenían ni idea de lo que aquella tarta significaba y, de hecho, hoy no sería una excepción.
- Por favor señora, se lo pido como un favor especial...Si hace falta mañana le llevaré yo misma una igual a su castillo, pero no puede dejar a mi hijita de tan solo 5 años sin su tarta...Es lo único que le pido.- le rogaba entre sollozos la madre.
- Lady, se que es usted una buena señora. Tiene un buen corazón, por favor, dele la tarta. Esa niña se lo agradecerá el resto de su vida-intentó convencerle el panadero.
- No tenéis ni idea de lo que es sufrir. Esta tarta era encargo mío. ¿El nombre de quién figura? ¡Dígamelo, Jake! ¿El de quién? Sabe usted de sobra que esta tarta de manzana lleva esperándome a mí como cada viernes y es lo que voy a hacer, cogerla y llevármela. Lo siento señora, si de verdad se hubiese preocupado por su hija la habría encargado antes.Lady se levantó su voluminoso vestido y se dirigió al mostrador, cogió su tarta y con una rabieta increíble cruzó la puerta de la panadería Morrison. Desde su carruaje oyó a la mujer lamentándose y, por un momento, se imaginó a aquella pequeña criatura sin su tarta de cumpleaños. Aun así, no era razón como para no llevarse la tarta. Aquella tarta era su única cita de la semana, aquella tarta que tantas veces saboreo Charles. Parecía como si aquella tarta le devolviese la vida.
Cuando llegó a su inmenso castillo se bajó del carruaje y a paso cansado, como su propia vida, se dirigió a la cocina. Cerró los ojos y durante unos minutos se dejó llevar por el olor de la tarta. Los abrió cogió la tarta todavía intacta y la arrojó a la basura. Y así, empezaba la cuenta atrás de las 168 horas para que volviese a vivir, ya que solo aquel olor despertaba algo de vida en ella, el olor de su gran amor Charles, muerto por tuberculosis 7 años atrás.
Cuadro de Jesus Mari Lazkano (Bergara,1991) titulado Gianbolognaren omenez
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